
La siesta, patrimonio de la humanidad
Una de nuestras más genuinas señas de identidad es la santa siesta, patrona de los que trabajamos en verano y no vemos el momento de llegar a casa para darle una paliza al sofá, a la cama o a la tumbona. Nuestra siesta va de boca en boca desde que los estudios de una prestigiosa universidad extranjera confirmaran lo beneficiosa que es para la salud y el bienestar del individuo que la practica, como una sesión de yoga o de meditación. Los japoneses que son muy cucos hace ya tiempo que la incorporaron en sus maratonianas jornadas habilitando para ello salas y estancias.
Recuerdo años atrás, cuando trabajaba en Barcelona, que después de comer me escapaba 20 min al solárium solo para estar calentita y cerrar los ojos 10 min. Aquel ratito me reconfortaba y me aportaba la energía para las 8h que me faltaban aún para llegar a casa. La siesta forma parte de nuestra cultura y nuestra identidad. Quien no recuerda las siestas infantiles, por decreto, había que dormir SI o SI.
La siesta no hace distinciones entre ricos y pobres, es nuestra y es gratis. Lo que para nuestros vecinos del norte, tan grises como eficientes, es síntoma inequívoco de desidia, no es otra cosa que sabiduría popular y calidad de vida.
La siesta no influye en el IPC ni en el PIB ni en el Euribor pero los réditos y beneficios que nos deja son cuantiosos.
Mi honorable y anciano padre ha cultivado toda su vida este sano deporte de la siesta y está fresco como una lechuga, consentía en comer a toda prisa con tal de salir corriendo, a planchar la oreja un ratito. Desde que se jubiló, la practica dos veces al día. Antes de comer se retira discretamente a su sillón y se deja llevar por lo que el llama «la siesta del borrego». Diez minutejos de nada. Para después de comer, entregarse a la madre de todas las siestas!!!! Así pues, creo que deberíamos organizarnos en una plataforma cívica y elevar a las más altas instancias internacionales una petición para declarar «LA SIESTA PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD»
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